martes, 2 de marzo de 2010

La sociedad de los escritores muertos


Tomado de El Telégrafo

Ciertos autores, como Larsson y Caicedo, alcanzaron más reconocimiento luego de sus fallecimientos.

Hace poco murió un escritor de peso: el estadounidense J. D. Salinger, autor de la mítica El guardián entre el centeno. Entonces ocurrió un fenómeno bastante común que produce la desaparición física: el reconocimiento póstumo. De repente, sus libros empezaron a venderse como pan. Ocurrió en Mr. Books, de Guayaquil. Marco González, el administrador, dice que fue inmediato. “La primera llamada del día posterior a su fallecimiento fue para preguntar si teníamos sus libros”, revela, y añade un dicho popular: “La suerte del escritor muerto el vivo la desea”.

Salinger, el famoso misántropo, era ya bastante reconocido mientras vivía. Pero hay otras situaciones más peculiares, en las que los elogios ulteriores superan -y no por poco- a los que se dieron cuando los escritores podían escucharlos. Uno de los estandartes de esta tendencia es el novelista sueco Stieg Larsson, autor de la trilogía Millenium, que se calcula se han vendido entre 12 y 15 millones de ejemplares en todo el globo.

Larsson tuvo un mortal ataque al corazón en 2004, pocos días después de que se publicara la primera entrega de su serie, Los hombres que no amaban a las mujeres, y justo cuando terminaba la tercera, La reina en el palacio de las corrientes de aire. Antes de estas novelas, enmarcadas en el género policíaco, el autor era solo conocido en pequeños círculos y sus libros de no ficción se publicaron en tiradas reducidas.

La notoriedad que ha cobrado Andrés Caicedo responde a un proceso de varios años en distintos países...

Osvaldo Obregón, de la editorial Planeta -que edita a Larsson-, opina que el éxito de la trilogía se debe a la calidad de las narraciones. Más allá de si el autor está vivo o está muerto y más allá del “escándalo” que han generado los millonarios derechos de autor. Pese a esto, reconoce que la atención mediática creciente ha influido en la difusión del escritor y su obra.

Igual que Obregón piensa Irene Baquerizo, gerente de la librería Vida Nueva. Para ella, el éxito post mórtem lo genera la capacidad de enganche que posee un texto para con sus lectores. En la tienda que administra, otra escritora que pertenece a esta sociedad de narradores muertos es la novelista de origen ucraniano Irene Nemirovsky, fallecida en 1942 y de quien se siguen publicando ediciones inéditas.

El caleño Andrés Caicedo también es socio de los literatos resucitados editorialmente. Considerado por Alberto Fuguet como “el eslabón perdido del boom y el enemigo número uno de Macondo”, Caicedo se mató a los 25 años, fiel a su creencia de que vivir más era una vergüenza. La mayor parte de su obra (en su mayoría recopilaciones de cuentos) se ha publicado póstumamente y no se ha determinado una fecha exacta desde que empezó a editarse en masa.

Para Susanne Agualimpia -publisher de Grupo Editorial Norma, que edita a Caicedo-, la notoriedad que ha cobrado el autor colombiano responde a un proceso de varios años en distintos países. Ella considera varios factores, el principal es la calidad indiscutible que poseen los escritos del suicida. Otras razones -según su criterio- son “el cuidado y el empeño que ha puesto la familia de Andrés en rescatar y preservar la obra; el que los jóvenes hoy en día se sienten identificados con su trabajo”, y el rol de la editorial, que creó “una colección fácilmente identificable y a un precio asequible e hizo un trabajo coordinado de distribución y promoción a través de cada una de las oficinas locales”.

Otro que es ahora una especie de tótem, después de haber sido un escritor casi oculto, es el chileno Roberto Bolaño. En vida se lo premió con galardones como el Rómulo Gallegos, en la muerte con más. Reconocimientos oficiales como el Salambó, a la mejor novela en español por 2666, y el National Book Critics Circle Award; y extraoficiales, como ser considerado una de las más fuertes influencias para la narrativa hispanoamericana.
Luis Alfredo Medina
lmedina@telegrafo.com.ec
Reportero - Guayaquil